Sobre El Miserable Malhechor y la Sociedad que lo Anhela:

Disfruto tanto la música…

    En Maracaibo, el transporte público resulta ser una actividad que me resta demasiado tiempo útil, aproximadamente entre 4 horas al día y hasta 6 cuando los ánimos de la ciudad están en punto de ebullición.

    Me encantaría poder disfrutar estas 4 o 6 horas, escuchando música. Un setlist tan variado y entretenido como mis ataques psicóticos. Y audífonos para no perturbar ni ofender a esa genérica masa hiperactiva e indignada llamada sociedad, que, en su resignación más deprimente, intenta ignorar el rocío de una mezcla entre la monotonía de sus pensamientos cotidianos, más el espeso y negruzco humo gentilmente tóxico de los buses y carritos al pasar.

    Deseo reprimido por la avaricia o necesidad de aquel humano que (lleno de ira por tener que vivir una vida que no hubiese elegido de haber tenido la oportunidad, o lleno de orgullo por ser quien es y hacer lo que hace, mejor que nadie y siempre buscando superarse) se atreve a despojarme a la fuerza de lo que según las normas sociales, puedo considerar, sentir y proyectar como “mío”. Normas que irónicamente “fueron hechas para romperse”… claro está.

    Miserable y básico humano delincuente. No admiro tu valor de transgredir lo moralmente concebido como bueno o correcto, pues debilitas una sociedad a la cual hieres en acción y pensamiento. Paradójicamente, formas parte de esa sociedad que sabes que te odia y te teme. Tú, escoria intrínseca, eres un engranaje incómodo y obligatorio (pero innecesario) en la gran maquinaria social.


Crimina belli serere; Muerte al agresor.

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