Un
charco de sangre, parecía vino.
Sublime momento, subliminal momento.
De su cuello emanaba una delicada franja de sangre, sutil.
Un charco de sangre penetraba la casi invisible alfombra, parecía vino.
Escasos y vagos recuerdos de repente me atacan,
Mas sin embargo, el funesto momento no me deja pensar.
De su cuello emanaba una delicada franja de sangre, sutil.
Un charco de sangre penetraba la casi invisible alfombra, parecía vino.
Escasos y vagos recuerdos de repente me atacan,
Mas sin embargo, el funesto momento no me deja pensar.
El reloj y su tenue tic tac, una copa derramada. Caos.
Su mirada, que más de una vez me había hecho cautivo de sí,
permanecía quieta.
Su mirada, que más de una vez reflejó lo que parecía ser su dulce alma,
reflejaba ahora un vació eterno.
Sus ojos, cuan dos grandes y hermosos lienzos pintados con la más minuciosa dedicación, yacían opacos, y aunque todavía hermosos, perdidos en ninguna parte, concentrados y distraídos, esta vez me ignoraban.
Tratando de asimilar el caos impregnado, me di cuenta que yo no estaba allí y ella tampoco. No en ese momento.
Su rostro, su precioso rostro como la porcelana, asomaba una expresión inquietante e indiferente.
Su blanca y cálida piel, más que blanca, ahora pálida, y más que cálida, ahora fría.
Como la porcelana.
Su boca, delicadamente pintada de un rojo furia, yacía entre abierta como tratando de decir algo, o como si ya fuera demasiado tarde.
Miles y miles de recuerdos volvían como un furioso tornado,
Como un falso: “te amo”.
“Nunca pude evitar lo inevitable, y nunca lo haré”, Dije.
“Nunca me amarás como yo lo deseo en lo más profundo, pero más que un falso: “te amo”, verte sonreír cada día, me basta y sobra. Verte reír lo compensa todo”, Pensé.
Nuevamente mi mente y mi cuerpo eran uno. Por mis venas corría una malévola preocupación por el hecho que pasaría después, pero más me aterraba pensar en lo que había pasado.
Mi corazón latía cada vez más rápido, como dirigido por un esquizofrénico director de cualquier orquesta desafinada.
Mi mano empezó a temblar, dejando caer por fin un cuchillo que no sabía que poseía.
Su sonido al chocar contra el suelo me desgarró por completo.
Miré hacia abajo, el cuchillo estaba ensangrentado, igual que mi cara, mis manos, mis ropas y gran parte de la habitación, todavía cubierta del oscuro manto de la noche.
Con un profundo temor, la mire. Raramente, seguía igual de hermosa,
Como desde siempre.
Casi impecable, casi perfecta, o más bien perfecta en su totalidad,
Perfecta en su macabro y tenue lecho de muerte.
La conmoción del momento me hacía tener alucinaciones,
o tal vez todo era real, nunca lo sabré.
Casi podía ver como una figura luminosa salía de su cuerpo,
de una manera seductora y misteriosa, casi mística.
Realizando un proceso de desdoblamiento hipnótico, podía sentir como su alma se iba… y con ella, gran parte de mi.
Caminé sin darme cuenta, posteriormente quedando ciego por destellos de luminosidad.
Me acerqué tanto que podía olerla. Podía sentirla.
Acerqué mi mano a su cara, solo para corroborar que fuera real, y con un brusco movimiento clavó sus ojos en mi alma, y aferró su mano a mi brazo.
Acto seguido abro mis ojos…y despierto.
Abro los ojos y lo primero que veo es la lámpara encendida, encima de la pequeña mesa de noche.
Sudando, alterado y confundido, de una vez supe que todo era un sueño, nada era real, o al menos eso quería creer.
Ahora calmado, despierto y consciente, estiré mi mano para sentirla… no estaba.
Me revolví un poco en la cama y sentí una extraña y repentina soledad.
Me voltee, no estaba.
En su almohada reposaba una nota, limitada a una frase.
Venenosa y mortífera frase:
Lo siento, Adiós.
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